Infancia: cocinar es salud

Siempre se ha prodigado, puesto que parece de sentido común, que ponernos con las manos en la masa (cocinar), además de ayudar a preservar un rico patrimonio cultural como es la gastronomía, tiene efectos sobre qué, cómo y dónde comemos. Factores como la falta de tiempo, la cómoda oferta alimentaria y las escasas habilidades culinarias han ido ganando terreno en nuestro modo de vida y por desgracia rara vez se asocian con una sana y variada alimentación. Son hábitos de vida clave que cuando tenemos descendencia, es algo que sin duda transmitiremos.
Aunque se dedican numerosos esfuerzos para mejorar los hábitos de la población en general y del colectivo infantil en especial, la mayoría de ellos tienen forma de meras sesiones informativas. Incluso a pesar de que algunas dirigidas a adultos han demostrado que los programas que incluyen sesiones de cocina consiguen mejorar las preferencias, actitudes y comportamientos fomentando una alimentación saludable, el efecto en niños/as no era hasta ahora muy claro.
Una reciente publicación en la revista Public Health Research, Practice, and Policy ha revisado los estudios científicos publicados (2003-2014) en los que se trata de establecer el impacto de las clases de cocina en las preferencias, actitudes y comportamientos alimentarios de niños y niñas. Revisando los estudios en los que se trabajaba con niños/as de 5 a 12 años que recibieron clases prácticas de cocina en el colegio o entorno. A pesar de que la revisión reconoce que los estudios no son muy numerosos, los de mayor calidad estudiaban la autopercepción de habilidades culinarias, alimentación, preferencias sobre vegetales, actitudes y conocimiento en relación a los alimentos y el cocinado en programas tanto breves como de larga duración. Los estudios publicados incluían una media de 10 sesiones de cocina estructuradas, con una duración de entre 90 y 120 minutos, la mayoría se realizaban en el entorno y horario escolar y en algunos casos se hacía participar a los padres/madres.
Los resultados son sumamente interesantes, sobre todo tomadas en conjunto:
- Cocinar mejora tanto las actitudes con respecto a los alimentos (elección de alimentos saludables) y la habilidad culinaria.
- La voluntad de probar nuevos alimentos aumenta si los han cocinado o sembrado.
- Cocinar con frutas y verduras mejora su aceptación y la cantidad en la que se consumen.
Una importante matización es que a pesar de que se ha observado que estos efectos de las clases de cocina se consiguen incluso con pocas sesiones, no se ha estudiado su sostenibilidad en el tiempo. Sin embargo, parece lógico pensar que el trabajo continuado en este sentido (realizar sesiones de cocina a lo largo del año) afiance su impacto positivo en niños y niñas.
Por lo tanto, los estudios científicos más recientes sugieren que las clases de cocina son una prometedora herramienta en los programas educativos o de intervención en alimentación dirigidos al colectivo infantil ya que promueven cambios positivos en sus preferencias, actitudes y comportamientos. En este sentido, los/as profesionales de la gastronomía tienen por tanto un papel relevante en la educación para la salud del colectivo infantil.
Referencia: Hersch D, Perdue L, Ambroz T, Boucher JL. The impact of cooking classes on food-related preferences, attitudes, and behaviors of school-aged children: a systematic review of the evidence, 2003-2014. Prev Chronic Dis. 2014 Nov 6;11:E193
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